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viernes, 12 de agosto de 2011

MI ARBOL CRECIO...

Los estudiantes chilenos acaban de dar, como en el pasado durante la "revuelta de los pinguinos", una muestra de madurez y organización, además de haber hecho peticiones concretas, y de haber buscado sortear a los provocadores. Algunas respuestas del presidente de Chile dan cuenta de agotamiento mental: "nada es gratis es esta vida", dijo el mandatario como si le pidieran el caldo de la abuela o la letra de una mala canción salsera. Chile es un país que en el siglo XX, hasta antes de la caída de Allende, se preocupó en especial por el nivel educativo, en buena medida gracias al Partido Radical.
Otra cosa son los disturbios en los suburbios londinenses. Hace algunos años, de muy mala manera, parte de la izquierda se equivocó y tomó como algo "progresista" los desmanes en los suburbios de grandes ciudades francesas, queriendo alegar además que eran respuestas a la discriminación contra los inmigrantes y sus hijos. No. Esta vez, en Londres, ocurren disturbios en barrios de inmigrantes, pero también en lugares en los cuales la mayor parte de la población es blanca y británica (en los disturbios franceses de hace algunos años tampoco faltaban blancos, por cierto). Lo que están pidiendo estos jóvenes, mentalmente integrados y no excluidos, es entrar como sea al mundo del consumo, que tan bien saben aprovechar con sus aparatos tipo BlackBerry. Si les preguntan a esos jóvenes que hacen, no saben. Son lo más cercano a una generación de adolescentes hijos de los hijos de los rebeldes del 68. "Padres obedientes, hijos tiranos", son adolescentes que tiran la puerta si no se las abren de inmediato, y además, analfabetas funcionales muy cercanos al idiotismo, que tampoco escasea en clases altas. Los padres y los abuelitos de estos supuestos "ni-nis" les han metido en la cabeza que el mundo está en deuda con ellos, que por el solo hecho de ser jóvenes tiene toda suerte de derechos y ninguna obligación, mucho menos cívica (tampoco las conocen sus padres). Prueba de que desconocen lo más elemental del civismo es elmuy "revolucionario" comportamiento en los suburbios franceses: consistió en destruir, además de automóviles, hospitales y escuelas. La generación del 68 compró a sus hijos; los hijos, a su vez, están en deuda perpetua con los tiranos que engendraron.
La explicación aparece por un camino extraño. Hoy, a los jóvenes de la ex Unión Soviética no se les explica nada que tenga que ver con valores del pasado, que los hubo. Se les dice que en el pasado había "muchas carencias", desde luego materiales, y se multiplican las incitaciones al consumo al estilo occidental. Es la confusión de socialismo y Estado de Bienestar: con el segundo, la idea era que a las generaciones jóvenes no debía faltarles nada, por lo que, faltándoles poco, paradójicamente exigen más y más, sin que sea nunca suficiente y sin tener idea del esfuerzo que supone adquirir. En suma, es la idea de que todo les es debido o, como decía la broma de Argentina: "no sé lo que quiero, pero lo quiero ya", que es el lema de los jóvenes londinenses amotinados.
Lo dicho sobre las carencias en la antigua Unión Soviética ni siquiera es del todo cierto, aunque hubiera filas (y las hay por cierto en Occidente, para quien las quiera ver). Según Konstantin Chemisov, en un artículo reproducido por Josafat Comín en Internet, según la FAO -por ende, no según una autoridad comunista-, el consumo de alimentos en los años '80 en la Unión Soviética estaba entre los 10 más altos del mundo. De lo básico, no faltaba gran cosa. En el capitalismo, para muchos escasea lo básico y para otros abunda lo superfluo, porque no es un sistema inteligente, sino guiado por la ganancia (en vez de las necesidades humanas). El Estado de Bienestar parece haber malcriado a los jóvenes ex soviéticos, en cierto modo sin quererlo. En Occidente, el asunto de la gratuidad se mezcla con la idea de que los padres deben comprar a sus hijos. La manera de mimar a los jóvenes es escandalosa (o de comprarlos en medio de rivalidades familiares), e insistir una y otra vez en los derechos de estos jóvenes es convertirlos en "nicho de mercado", no llamarlos a que hagan algo por la sociedad en la que viven. Así sea al precio del idiotismo que viene, no sin violencia.Bien se dice que el asunto no es "qué mundo se deja a los hijos", sino "qué hijos se deja al mundo". Y por cierto, lo saben mejor los sectores populares y trabajadores (por la brecha vivida entre lo necesario y lo superfluo) que los extraviados ricos y acomodados.

ESCOGER ENTRE INCONVENIENTES

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