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miércoles, 18 de abril de 2018

SIRIA EN LA LUMPENIZACION

El presidente sirio Bashar al-Asad no es completamente ajeno al desastre que vive hoy Siria, aunque este país ha sido objeto en los últimos años, básicamente, de una agresión extranjera.
     En efecto, antes de la guerra, al-Asad impulsó medidas de las llamadas "neoliberales" y de apertura de la economía que beneficiaron a la gente de negocios, cualquiera fuera su confesión (alauíta o sunnita...), al mismo tiempo que relegaron a muchos. Mientras en las principales ciudades ascendían capas medias superiores junto a las élites, en las periferias, sobre todo rurales, la población se iba empobreciendo, además de haber sido afectada por años de sequía (2007-2010). Creció así el descontento contra un sector de la población que fue percibido además como corrupto por los más desfavorecidos, que se refugiaron a su vez en el discurso identitario-religioso. Desde este punto de vista, lo sucedido en Siria no difiere demasiado de los errores cometidos por el régimen libio de Muamar Kadhafi (como la apertura a negocios turbios con quien fuera presidente francés, Nicolas Sarkozy, o la "occidentalización" corrupta de algunos hijos del militar) o incluso el yugoslavo en su momento (luego del endeudamiento, medidas drásticas de "ajuste estructural" en los años '80...).
     De todos modos, los aliados internos de al-Asad han sido en particular los sectores urbanos más instruidos, de lo que da cuenta el estatuto de la mujer entre ellos. No hay división confesional aquí, puesto que el grueso del ejército sirio es sunnita. En cambio, la dinámica "educativa y cultural" de los más desfavorecidos, como la llama Emmanuel Todd, los llevó a ser a imagen de los sauditas, ultraconservadores. La burguesía sunnita ha estado con al-Asad (alauíta), otra prueba de que las diferencias no son estrictamente confesionales. Las élites occidentales han estado sosteniendo en Siria a lo más conservador de la sociedad (justamente en asuntos como el estatuto de la mujer, entre otros), a pesar de retratar a al-Asad como alguien "autoritario" que en realidad tomó, antes de la guerra, medidas socioeconómicas equivocadas, pero inspiradas en la "occidentalización".
     Cabría agregar que cierta lumpenización puede haber comenzado antes de la guerra, justamente con las medidas llamadas "neoliberales", pero Occidente amplió al máximo esta misma franja lumpen al llevar a Siria a contingentes enteros de extremistas islamistas (el Estado Islámico) desde Libia y Europa con el apoyo de países como Turquía y las petromonarquías del Golfo Pérsico. Por lo demás, esta franja lumpen se ha visto respaldada por una conducta de varias potencias que no puede ser puesta en el mismo terreno que la de Rusia, defensora de la integridad territorial siria. No es que "la pobre Siria se ve desgarrada entre las potencias". En efecto, al atacar Siria como el pasado 14 de abril, tres potencias occidentales desconocen por completo la Carta de Naciones Unidas y también leyes internas (por ejemplo, en Estados Unidos, la necesidad de la aprobación del Congreso para llevar a cabo una guerra). Quienes "castigan" o "sancionan" -y para colmo, como el presidente francés Emmanuel Macron, se creen "la comunidad internacional"- lo hacen de tal modo que se conducen como delincuentes, gente que pone las reglas o "códigos" donde no hay ley. Es contra esta lumpenización de las relaciones internacionales que la Federación Rusa ha tratado de advertir sin ser escuchada.

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